sábado, 24 de septiembre de 2011

Madre, mujer, harta

 2011 XI Edición
2º premio  Tema libre

Obra:       Madre, mujer, harta
Autora:    María del Mar Boillos Pereira

Quiero beber, quiero beber ya. Necesito una copa, no mejor dos. No, esto no es la “historia de una alcohólica anónima”. Pero necesito un buen lingotazo, quedarme atontada y no pensar en mi día a día. O mejor, en mis tardes, mis maravillosas tardes. Odio, y digo odio porque es odio con todas sus letras, odio llegar a casa y encontrármelo ahí, sentadorro mirando algo en Internet (¡qué raro!). Parece ser que se va a caer el mundo si no mira Internet. Ni que fuera periodista. Tiene que leerse cada uno de los periódicos y tengo que oírle explicar una y otra vez lo mal que va nuestro país, la crisis, la corrupción,… Pero ¡que ya me lo sé! Por no mencionar cuando empieza a hablar de cómo influyen los partidos políticos en los titulares. ¡Mira, mira! Me dice. A grito pelado desde la otra punta de la casa. Los vecinos van a pensar que somos unos verduleros. Y yo de mientras aquí, planchando sus camisas y sus corbatas. Le tenía que cobrar 5€ por cada una ya verías que rápido se levanta. Y encima teniendo que arropar a la niña y leerle un cuento. Porque la niña tiene miedo a la oscuridad, pero aquí mi maridito querido parece no haberse enterado todavía. Con las noticias tiene bastante. A ver si empieza a darse cuenta de que también hay problemas en casa, pero como no vienen en los periódicos… ¡aquí no pasa nada!

Y ahora que me tomo un vinito va el tío y se duerme. Roncando está, en el sofá, tumbado. ¡Cualquiera lo levanta! Porque es que encima, según él, no está dormido, está viendo el tiempo en la tele. ¡Ja! Pero si acabo de cambiar el canal y ni se entera. Míralo… con el tipín que tenía cuando empezamos. Y ahora mira qué barrigón. Le sale hasta por debajo de las camisetas. Y yo, ingenua de mí que pensé que me había quedado con un partidazo, ¡el único hombre al que no le gustaba el fútbol! Si volvería a nacer cogería a alguno que le gustase el fútbol antes de tener que aguantarle todo el día en casa viendo las noticias. Lo peor es que el jeta de él me dice: “Marijo, a ver si empezamos a hacer cosas juntos que parece que hemos perdido la chispa”. ¿Pero qué quiere que hagamos? Si no me hace ni caso. No sé cómo se las arregla para sacar cualquier excusa cada vez que le digo para ir a hacer las compras. Me voy a tomar otra copa.

Me acuerdo de cuando empezamos a salir, ¡cómo me miraba! Pero lo mejor fue cuando nos vinimos a vivir a este piso. Aún no estaba embarazada de Miriam y era todo para mí: su cariño, sus mimos, sus cuidados… Cualquier cosa que ocurriese ahí estaba corriendo arreglándolo con tal de verme sonreír. No había nada que le hiciese más ilusión que arrancarme una sonrisa. Lo cierto es que valía para todo: tan pronto me arreglaba un enchufe como me colgaba la ropa de la lavadora. ¡También ahora! Ahí está la lámpara de nuestro dormitorio sin arreglar. Y si por lo menos se hubiese roto hace unos días… ¡cuatro meses! ¡Cuatro malditos meses y sigue el cable dando vueltas en el techo que acabará matándonos de un cortocircuito! Ya se hará, dice, ya se hará,… ¿cuándo? ¿Cuando dejes de mirar una y otra vez las noticias? Seguro que si fuese para algo de lo que a él le interesa ya estaría hecho. Pero seguro, encima. ¡Mierda! Se me ha acabado el vino, voy a ver que hay en la despensa…

Estoy pensando que estaría bien dejarle un mesecillo solo, a ver qué hacía. Seguro que no se cambiaba de calzoncillos hasta que le picase la entrepierna. Estos hombres no saben hacer nada solos. Porque es que para todo depende de mí: la educación de la niña, las cuentas de casa,… Tengo una idea mejor: ¡Voy a llamar para que quiten Internet! ¡Sería maravilloso! Uis, llegar a casa y no tener que aguantar las retahílas de todos los días, contarle qué he hecho en el trabajo, volver a ir de compras juntos,… Me encantaría ver la cara que se le quedaría al ver error en la pantalla. Entonces ya no podría volver a repetirme eso de “¡no tengo tiempo!” que tanto le gusta. Así que tiene las manos tan finas y suaves. Mira, en eso no ha cambiado. Tiene las manos de cuando tenía veinticinco años: suaves, suaves, suaves. Si me pusiesen sus manos entre otras cinco mil seguro que las reconocía. Está rico esto del orujo. Voy a tomarme otra.

¡Será sinvergüenza! Ahora se va a la cama. Y me pregunta a ver si quiero irme con él. Encima ahora querrá que le caliente las sábanas. Encima he tenido que ver toda la serie que dan hoy en la tele sentada en la silla porque él ocupaba el sofá todo lo que es de largo. Que vaya a la cama, dice. ¡Va listo! Hoy me quedo aquí. O mejor, me voy de fiesta. Bueno, hoy no, otro día. Me voy a ir de fiesta con mis amigas esas que se han quedado solteras. Creo que tengo el teléfono de Susana por ahí. Hace siglos que no hablo con ellas pero seguro que están encantadas de que me una a esas fiestas que se montan para conocer a tíos en discotecas de cuarentonas. Como cuando éramos jóvenes. Porque lo cierto es que yo no estoy nada mal. Hombre, tengo celulitis, estrías y la gravedad ya está haciendo de las suyas con la pechera, pero también tienen celulitis esas de las revistas y todos dicen que están buenísimas. Decidido, me voy a ir de fiesta.

Menudo mareo tengo ya. Si se despierta mi hija, me muero de la vergüenza. Míralo cómo duerme. Lo cierto es que sigue siendo guapo. Con arrugas, pero guapo. Me sigue gustando cómo respira cuando duerme, la manera en que se pone el edredón entre las piernas y abraza muy fuerte la almohada. Pero lo que más me gusta es verle al despertar. Con sus ojos despiertos, su boquita cerrada y mirándome fijamente sin hacer ruido para que no me despierte. Me gusta la primera vez que me toca de cada día, siempre la cara. Le gusta mi cara, le gusta decirme que estoy por las mañanas igual que la primera vez que dormimos juntos. Y le quiero. Es una putada pero le quiero. Con su barrigón, con su Internet, las dichosas noticias y con su idea de que lo importante, ante todo, es estar juntos.